Soy un simple actor como los demás, en
este mar de neurosis estandarizada y adicciones digitales, sumido en los
continuos bombardeos de estos tiempos acelerados de consumo y ansiedades
cotidianas.
Reconozco que tengo una visión un tanto
pesimista del humano, esto no quiere decir no dejar una puerta abierta, ni un
posible crédito al prójimo. Pero la desconfianza natural ganada con la edad y
la constatación empírica me sugieren no empalagarme con las mieles de la ingenuidad,
y entender también que somos eso, simples actores, algunos buenos, muchos
regulares y otros malos.
Es indispensable el engaño es verdad, tal
vez no hubiéramos sobrevivido sin él, se ve en todo el proceso de crecimiento
humano, manipula el bebé y manipula el anciano y ser consciente de este
peculiar rasgo y asumirlo me parece lo mas sano.
Actuamos constantemente, es nuestro
principal oficio que perfeccionamos con los años concientes de su carácter
imprescindible en pos de conservar nuestra imagen y de conseguir nuestros propósitos
y beneficios.
Aprendemos a depurar nuestra técnica con
los años haciendo gala de un sutil cinismo que suele estar socialmente
aceptado, esa tenue hipocresía de la que nunca nos separamos.
Me gusta reconocerlo, son esas cuestiones
elementales que nos brinda la edad adulta, reconocer nuestra miseria para así
redimir un poco la culpa. Y aunque a todos nos cuesta, siempre denota madurez
el aceptarlo sin que signifique ser una persona deleznable.
Es que las mascaras nos hacen humanos, me
gusta quien lo asume, quien se abstrae y se burla con fugaz lucidez de su
imagen proyectada, esas pequeñas gotas de sinceridad que erosionan nuestras
corazas.
Son esos los que nos inducen a los diálogos
mas inteligentes y suspicaces que eluden la sensiblería incauta que ignora
nuestras flaquezas e imperfecciones.
Actores de mil caras, de mil registros
requeridos en infinidad de funciones, en la comedia y en los dramas
persiguiendo siempre los aplausos, congelando la gloria y escondiendo los
fracasos.
Actores de reparto de esta obra incierta
y limitada, donde a veces el absurdo gobierna a la lógica y los necios escriben
los guiones tal vez por otros pautados.
Todos con un precio, todos condicionados,
presos de las circunstancias, endebles dioses de barro. Con la respuesta
estudiada o el gesto simulado que oculta las emociones y gobierna las
apariencias de cualquier papel asignado.
Así vivimos, así actuamos y cuando nadie
nos ve nuestros secretos encontramos, entre ángeles y demonios, entre el vértigo
y el letargo.
Dando paso a la nueva función, expuestos
a nuevos focos, futuras ceremonias que dejaran nuevos elogios y rechazos.