Mas fortuita que buscada la soledad casi siempre se nos
presenta, y es preciso aprender a convivir con ella por que más tarde o
mas temprano suele golpear nuestra puerta.
Edén de los ermitaños y misántropos esquivos a la
muchedumbres y a las falsas apariencias, adictos a sus placeres y a sus
inmensidades eternas, esos seres extraños que por ahí se pasean, cansados de
contemplar las barbaries que a nuestra civilización acechan, y nuestras
pantomimas acostumbradas de las gastadas comedias.
Amparo ante las malas compañías, innata o adquirida su condición
manifiesta, a veces sosiego del vértigo incansable que impone la selva moderna.
Nuestro instinto gregario la combate como su enemiga acérrima,
construyendo las ciudades o creando sus banderas, pero ella siempre sobrevive tenaz
e implacable a los embistes sociales que nunca la amedrentan, porque también
sabe que dentro nuestro se alimenta con frecuencia.
Dispuestas las soledades a escuchar nuestras dudas y nuestras
quejas, pidiendo solo a cambio pequeños tributos y efímeras treguas, hasta a
veces por las calles caminando nos conversan, siempre ocurrentes y sinceras, no
como nuestra sociabilidad correcta.
Amiga de los locos, en el poder siempre se acrecienta, duerme en los pasillos de los hospitales y en la barra de los bares siempre se echa una siesta.
La neurosis de las ciudades la contamina a veces indefensa,
plácida en los pueblos pequeños y en la pluma de los poetas que buscan las
musas que la acompañan y que a veces la cortejan.
Nunca le agrada que el tedio ocupe su huerta, porque
adquiere ese carácter nocivo y desesperado del que huimos a sabiendas que próxima
esta la angustia y siempre es mala consejera.
Nuestras viejas soledades que viajaban en cubierta, ahora viajan en aviones, entre teléfonos y pantallas que destellan, en este viaje incierto de esta esfera que cuelga, solos o acompañados, nuestra eterna pregunta, nuestro gran ancestral dilema.
Nuestras viejas soledades que viajaban en cubierta, ahora viajan en aviones, entre teléfonos y pantallas que destellan, en este viaje incierto de esta esfera que cuelga, solos o acompañados, nuestra eterna pregunta, nuestro gran ancestral dilema.