viernes, 13 de julio de 2012

El atril y el estrado

La demagogia y todo su aparato seductor para conquistar a la tribuna puede llegar a ser por un momento un espectáculo digno de contemplar siempre y cuando el tedio no se interponga obligándote a incurrir en una actividad mas fructífera o placentera, claro esta.
Ver a toda esa masa persuadida y cautivada por cualquier orador de turno, en un fatuo intento de salvación e identificación personal, es corroborar que la estupidez y necedad humana se resisten a descansar.
Demagogos hay de todas las clases y colores, desde aquellos que exaltan su espíritu pragmático hasta los que proclaman sus pueriles utopías, pero todos con un denominador común, el de encantar a esa muchedumbre ávida de cualquier ilusión o esperanza
Es la escena desde el atril y el estrado, de los gestos cómplices y las mejores apariencias, el tono y las pausas y toda esa retorica orientada a hacernos creer que el mundo en esos instantes nos pertenece.
El viejo escenario humano, de los simios con corbatas o sin ellas, del culto a la imagen del pulcro y también del desalineado, desde los profetas de la obviedad al del pensamiento mas rebuscado, aunados todos en esconder sus culpas, vilezas y desaguisados.
Todos ellos son actores que pueblan este tinglado, las micro expresiones los delatan, pero son imperceptibles a los mas incautos. Sus mentiras no impiden la sonrisa del descreído y también del desconfiado, que se alejan orgullosos de sus hordas de infante  fanatismo, de los repetidos eslóganes y devotos alineados.
Decadentes flautistas de este Hamelin desdibujado, ocupan sus sillones, engordan sus barrigas y contemplan su ganado, convenciendo siempre al ignorante, al ciego y al anestesiado.
Lo que dicen hoy lo desdicen mañana, carroñeros de las circunstancias, oportunistas del momento, no escatiman en sacar leña de cualquier árbol caído en pos de conseguir mas adeptos, y asi van recogiendo para sus molinos y engrandeciendo sus egos por sus espejos deformados.
Y ahí los ves a sus micrófonos pegados, buscando la palabra exacta y el efecto deseado, cumpliendo su primordial función de títere bien remunerado, estrategas de la imagen y la dialectica, tanto el populista como el mas refinado, para comprobarlo solo me basta un momento, prefiero de ellos estar alejado.





martes, 10 de julio de 2012

Elogio del Meco

Le dedique una tarde completa, en ese viaje balsámico familiar, aquel mes de febrero en nuestra última visita a Uruguay.
Amigo entrañable desde la infancia, que debido a una operación en la pierna y algunos tics en la niñez se gano en el barrio el apodo de Muñeco, devenido luego en Meco.
Cándido en el mejor sentido del termino, amante del humor y la tontería absoluta, confidente y noble, su corazón de oro conserva intacto, obstinada condición que no se resigna a perder, salvo por alguna esporadica ráfaga de terquedad que como buena cabra suele tener.
Imposible no quererlo, su bondad innata brilla más que su hermosa locura, tenaz en conservar su cetro, visible siempre en sus ojos azabaches de niño eterno.
Ojos cansados, de las hipocresías y de todas las razones de este tropel que se dice cuerdo, ojos desconfiados y a la vez tiernos ojos ingenuos.
Anclado en esa burbuja que es el pasado, solitario errante, arcángel de su feliz mundo alienante, solo empañado por alguna tristeza puntual o por este presente adulto sin casi espacio para los sueños.
Su espíritu burlesco solo descansa para encender su habitual cigarro, apreciable cualidad de su locura que se ensaña  siempre con la razón, mofándose de sus verdades, de sus mezquinos disfraces y severos gestos.
Comediante histrionico de afán picaresco, oasis al que siempre recurre para escapar de la realidad y el aburrimiento. Parece como si se hubiera dado cuenta de que todo es mentira hace mucho tiempo.
Su talentoso desvarío nunca desdeña un sano consejo, siempre cargado del más puro afecto con ese corazón que resplandece más que este mundo de cínicos, sin que lo nuble el tiempo.
Su sátira mordaz hacia los políticos nace de ese loco nihilismo que conserva, muchas veces mas lúcido que el de los obtusos ideológicos y que el del rebaño ingenuo.
Aquella fue una tarde fructífera, en aquel bar deteriorado y decadente, en aquel barrio desierto, plagado de recuerdos, de deleite del absurdo que huye del destino cruel y de este sombrío tiempo.
Como emigrante conozco que el tiempo pasa deprisa en el vacacionar del pago, en el recreo de los afectos, por eso disfrute cada momento, atrape cada sensación, visualice cada instante mutuo de la infancia vivida y potencie esos bonitos recuerdos. Entre algunas cervezas, cigarros y baldosas rotas, con ese amigo del alma, casi un hermano, Daniel, alias el Meco.





Niña gata

La veo por las tardes al bajar a la cancha de basket, casi siempre a la misma hora, la niña les lleva comida a los gatos que comparten la esquina junto al puticlub en mi barrio.
Me detengo y la observo ensimismada como en una especie de conexion interna con los felinos, parece compartir el dolor de la supervivencia callejera a la que están expuestos y en silencio los rodea distribuyendo las raciones de comida que les suele traer.
Ausente del mundo la sospecho, tiene alrededor de 10 años, es frágil y extraña y mis infructuosos intentos de entablar una conversación banal y amigable, sustentada solo por la devoción mutua hacia los gatos, siempre mueren en sus gélidas respuestas educadas que ostenta.
Abocada a su faena absorta los contempla, tiene algo de ellos, sus ojos tristes y desconfiados apenas me contestan,  mientras esa oculta dulzura prudente de su mirada azul me observa.
Intento no molestarla mas de la cuenta, me gusta ese espíritu ermitaño que con sutileza despliega, parece ya cansada tan pronto de los bípedos extraños y casuales que por allí pasean, de los coches, del mundo y de sus miserias.
Espío apenas unos minutos ese espectáculo de amor sin que se de cuenta, solo por pudor y por que se que le incomoda si es larga mi presencia, pero ella siempre se da cuenta, parece tener esa astucia, ese especial sentido que tienen sus amigos los gatos cuando los acechan.
Y allí como casi todas las tardes la veo al bajar la cuesta,  agachada en la esquina con sus largos y morenos rizos, distribuyendo sus raciones en su vespertina escena de cariño, en la esquina junto al puticlub, los gatos y solo ella, ajena siempre ajena.
Ya nos conocemos, ahora solo la saludo y contemplo sus misterios, sus sigilosos diálogos internos que mantiene con ellos, y ese apego y cariño que les otorga, que por decoro y mero goce contemplativo ya no interrumpo.
Por que hay veces que las palabras sobran y que las palabras mienten, sus taciturnos ojos parecen ya saberlo, tal vez por eso todas las tardes visita a sus compañeros mudos, frente al puticlub en la esquina de mi barrio.

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