La pasión
exacerbada por un color es comprensible mas en edades tempranas o juveniles,
causando un poco de escozor y vergüenza ajena observarla en adultos maduros
jactanciosos de su merito personal y suerte por portar dichos colores.
Por que
la evolución personal y el trasmitir valores, no significa mi retiro como
aficionado, ni el impedimento del disfrute del espectáculo deportivo
(siempre y cuando lo haya), sino el cabal conocimiento de que no soy mas que
nadie por "ser" de esa institución deportiva, ni más osado, ni con
mas valor y lo mas importante no cambiare mi realidad, ni conseguiré mi salvación.
Parece
evidente pero no lo es, la realidad indica lo contrario, y es que existe un
imperante y excesivo fanatismo, que solo induce al pago con la misma moneda, a
ignorar, a la ironía sutil o hasta a veces declarada para que la así la
entiendan mejor.
Abducidos
por el color ignoran que la violencia física comienza en el lenguaje, que solo
miden o revisan ante una esporádica o casual tragedia, tanto dentro como fuera
de los campos de juego, parecería que toda esa testosterona futbolera de las
redes recién se da cuenta ahí, cuando el cruel destino nos alcanza y nos
recuerda frágiles y propensos a fatídicos avatares. Solo ahí
recuerdan que las camisetas no pueden vestir su desnudez mental y que hay
valores universales que trascienden colores o ideologías.
Según el
grado de fanatismo se sufre en menor o mayor medida, es mas que evidente y
todas esas proclamas naif que exhiben, se diluyen o inclusive también se
obstinan cuando padecen las derrotas, evidenciando una terca incapacidad para
leer y aprender de las mismas y lo más grave un escaso sentido del humor que
muchas veces desemboca en una profunda tristeza temporal, en ocasiones
excesivamente prolongada, según y de acuerdo el nivel de fanatismo que
ostenten.
Me gusta
el fútbol y el deporte en general, sus virtuosos, y sobre todo
practicarlo. Es notorio el bienestar corporal que produce el deporte, con la
consabida segregación de endorfinas. Me gusta contemplarlo desde el sofá
alienado como cualquier otro mortal, pero siendo conciente que es solo un juego
con gladiadores millonarios de extrema o a veces escasa profesionalidad.
Concientemente
alienado lo quiero contemplar, valga la paradoja, pero siempre con espacio para las risas, para las bromas y también
por que no acercarme a la objetividad, ese carácter neutro que desconoce el
descamisado amigo del improperio o la más burda obviedad.
Siempre
huyendo de la idiotez que hace de su color una cuestión existencial, recordando
su carácter efímero sin olvidar nunca la realidad, por que para escapar siempre
hay cosas que dejan huellas mas profundas, como libros, películas o cualquier
mera catarsis o actividad personal.
Para que
caer en el fragor de la batalla dialéctica, acéfala e insustancial, de
desbocadas emociones primarias, de anodinos argumentos, excesivo culto a la
tribuna y de toda esa pobreza mental, para que tropezar con esa piedra, si vergüenza
ajena nos da.
Mejor ausentarse,
si el fundamentalismo y el humor nunca un abrazo se dan, por que cuando la educación
y la cultura de vacaciones se van, crece la avalancha violenta en la montaña de
la mediocridad.
La misma
que desemboca en la navaja, las botellas rotas y el cántico soez del subnormal,
entre tontas apologías, reiterados estereotipos y nula originalidad.
Porque
educar las emociones, nutrirnos y ser una mejor sociedad, no esta reñida con la
pelota, esa que al final detiene su curso, no como nuestro planeta que nunca
para de girar.