En algunos
lugares más que otros, con matices o sin ellos la degradación cultural de estos
últimos tiempos nos ha llevado a la mala interpretación y a la confusión de los
conceptos.
Ignoro si es un fenómeno
de desgaste natural causado por el vértigo implacable al que cotidianamente
estamos expuestos o si por el contrario es en algunos casos sutilmente
inducido.
Tal vez sea una
mezcla de estos dos factores, o quizás y en algunos casos puntuales deba
darle un crédito exclusivamente a mi espíritu paranoico, que no
declina en sospechar las malas intenciones que procuran mantener en el
oscurantismo intelectual a los corderos.
Me reprocho mi
avaro interés por la lectura en mis épocas juveniles, aunque si y
afortunadamente he tratado de compensar luego. De todas formas nunca es
suficiente y siempre queda mucho por aprender para los que nunca fuimos
unos avezados ratones de biblioteca.
Los beneficios
son enormes, siempre cambia algo en uno después de leer una gran obra,
enriquecer el lenguaje y por ende el pensamiento, ese patrimonio intangible es
el propio tesoro personal ganado en el tiempo.
Elixir neuronal,
paraíso imaginativo plagado de escenarios, personajes y todo ese admirable
ingenio producto de esas mentes sublimes que nutren nuestro intelecto.
Pero me quiero
detener en algo concreto en una constatación personal observada desde hace algún
tiempo
Es toda esa apología
del lenguaje vulgar, confundida con lo popular que no rehúsa etiquetar
peyorativamente a quien así no quiere expresarse catalogándolo como intelectual
o hasta incluso como soberbio.
Mantener las
formas lingüísticas no impide utilizar el lenguaje domestico en determinados
escenarios y con determinadas personas, de hecho admiro la sencillez del habla
de los campesinos, tanto así como la simpleza genial de algún peculiar poeta,
pero una cosa es eso y otra ser un terrorista de nuestra lengua.
Y es que es así
de simple pero también de complejo, el lenguaje condiciona el pensamiento, las
palabras son como el oxigeno para el cerebro e indudablemente disponemos de
unas de las lenguas mas ricas del planeta con infinidad de términos, y usar uno
en vez de otro puede hacer virar nuestro análisis en determinado momento.
En este siglo 21
que disponemos de Alejandría en nuestro hogar, no hay excusas para no
expresarse bien, desconocer las palabras leídas no es un pecado, hoy la
consulta es automática y no hay ningún motivo que impida nuestro
enriquecimiento verbal.
Siempre es de
agradecer encontrar personas bien habladas, de ellos se aprende, y no por eso se es un hereje de lo popular, ni se pierde sencillez o naturalidad.
Toda este
desorden mental inoculado por algunos engañosos profetas de la capciosa sencillez, ha hecho mucho daño provocando la consabida vergüenza ajena de
muchos, al verlos jactanciosos por hacer de lo burdo su bandera.
La grosería no
implica ningún merito y su afán de mimetizarse con lo popular solo conduce al
empobrecimiento mental que muchas veces desemboca en el pensamiento dicotómico
del blanco o negro.
Escribir es también
una terapia singular que nos regala el castellano, y todos nos podemos
enriquecer al leernos, con algún nuevo peculiar termino que dispara
el enfoque no previsto hasta ese momento.
También esta
el lenguaje coloquial, sencillo y efectivo, guardando las formas y el respeto
en cualquier tertulia de bar, en el supermercado o en el metro.
Y por que no
incluso también las malas palabras si lo amerita una puntual circunstancia
o el fragor de un instante colérico, pero de ahí a justificar el lenguaje
lumpen que estrecha el intelecto hay una distancia abismal.
Son esos mares de vulgaridad que no
pretendo navegar, donde no encuentro ningún premio, por mas modas infundidas y
acostumbrados improperios, deslices de la lengua que no conducen al encuentro.
Prefiero mantener espontaneidad, sin alejarme de la
sencillez del habla y procurar respeto, pero también adquirir nuevas
palabras que estimulen lucidez al observar cualquier hecho.
Por no encontrar la virtud del mal
gusto o de comerse alguna ese, no dejo de ser un simple chico de barrio , que procura aumentar ese patrimonio intangible que mejora el
pensamiento. Buscar la palabra adecuada, no es una mancha ni es un defecto, por
que nada es excluyente si queremos ir creciendo, si me echas una mano espero
estar dispuesto.
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