domingo, 2 de septiembre de 2012

Humor vital

No hay transgresión mejor avenida que el humor, mecanismo de defensa vital para sobrellevar los embistes de la realidad, con todo su solemne artificio plagado de reglas, normas y jerarquías de esta manada obstinada en sus funciones y en sus pantomimas.
El humor a través de sus pausas en el fragor de este combate, nos redime desnudando nuestras contradicciones y flaquezas, atentando siempre a la imagen y subestimando nuestras proezas.
Adoro a los cómicos, los innatos capaces de hacer de una chispa una hoguera, son pocos, no es fácil encontrarlos, sin menospreciar los meros aficionados dispuestos a la búsqueda de esa catarsis hipnótica y siempre placentera.
Tener en cuenta ese ineludible final y la endémica incertidumbre a la que estamos expuestos ayuda como catalizador de este bien preciado y siempre apreciado por diversas culturas y en todas las épocas.
Siempre denota inteligencia. Provocar su efecto deseado requiere de un análisis distinto, de una vuelta más de tuerca, navegar esos ríos, que la razón y nuestras rígidas conciencias nunca secan.
Obstinado en desmantelar nuestro yo enaltecido. Esos egos desmedidos que fabricamos a sabiendas ayudados por nuestros clichés y nuestras apariencias, que nunca pueden impedir sus ansiados intervalos de lúcida irreverencia.
Lo prefiero elaborado, rozando el absurdo o mejor recalando en él, compensando esa balanza más propicia en inclinarse por la lógica y sus preceptos que nos hacen más adustos, aburridos y formales.
En mayor o menor medida todo es proclive a él, a todo se le puede aderezar su sentido o su sin sentido, su particular visión, su complejidad o simpleza, en la tertulia del bar o en cualquier personal empresa.
No ostenta condición o bandera. De carácter universal manifiesta así mejor su riqueza, el sarcasmo, la ironía y el doble sentido pueblan su extensa pradera. A veces con talante anárquico, otras respetando sus propios códigos y sus reglas.
Se ensaña con el fanatismo dogmático, evidencia sus miserias escondidas en sus postulados y en sus desbocadas emociones en cualquier creencia.
Goza de ese armónico desencanto congénito y también adquirido en la evolución personal de esta alocada carrera.
Aliado siempre al ingenio desde el delirio mas histriónico o presente en la mas sutil mueca. Imperioso elixir terapéutico, indispensable legión contra la tristeza.
En estos acelerados tiempos digitales, a veces sombríos, de caras largas, de reinantes depresiones y tontos inducidos a la vieja letanía de la seriedad expuesta, se agradecen sus mensajeros y diligentes servidores en cualquier día o en cualquier época, abocados siempre a alegrar y a olvidar las penas.
Ni la muerte con su más implacable gravedad y sentencia, es tan seria como para no permitir su tenue percepción, ni el recuerdo de las risas gastadas y los mejores momentos que el humor corteja.
Temporalmente ausente en la peor catástrofe o la cruel tragedia, tímido espera a que el tiempo le de su lugar para así hacernos mejor nuestra existencia, ayudando a olvidar los ineludibles azares que nuestras vidas pueblan.
Y siempre burlando esa realidad formal y escueta. Que mejor que reírse de si mismo y de los demás, cavilando en otros mundos, soñando con otras puertas, disfrazando nuestras miserias, regalando a la obsecuente sensatez la visión diferente que ella misma no encuentra.
Ese mismo humor que siempre encuentra sus vetas y que nos recuerda que es mejor un payaso triste que toda esa alegría oficial de las habituales papeletas.

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