jueves, 6 de septiembre de 2012

Joan

Fue al poco tiempo de llegar a Blanes, trabajaba en aquel centro de disminuidos psíquicos en el que mi ex jefe y colega Ariel se apresto a ofrecer unos gatitos que recién habían sido paridos.
Accedí gustoso y sin pensarlo, tal vez por esa necesidad inconsciente de quien siempre adoleció de una mascota o quizás por ese intrínseco e imperioso afán de compañía del ser humano, acrecentado aun más por el hecho de recién haber emigrado.
Así que nos abocamos a recogerlo en aquel ciclomotor, en una vieja caja de cartón agujerada permitiendo su respiración y sus nerviosos maullidos insistentes de cría.
Mil aventuras poblaron su existencia, desde aquella tarta de atún devorada, al ser imprudentemente dejada a su merced por nosotros en la mesada de la cocina, hasta aquel increíble rescate de balcón a balcón por un servidor al mejor estilo hombre araña.
Su vocación innata para meterse en problemas era casi un vicio, desde sus reiterados encierros en los garajes del barrio hasta aquel día completo que permaneció en un árbol, motivado seguramente por alguna persecución canina.
Siempre afortunadamente con final feliz, en aquel caso del árbol siendo rescatado por un comerciante de la zona al que supimos recompensar gratificándolo con una botella de cognac Torres 5.
O aquel encierro en un viejo almacén, advertidos al oír sus desesperados maullidos y al ver su cabeza entre porosos espacios de hormigón que tuvimos que ampliar a martillazos para otra nueva liberación.
Entraba y salía de casa constantemente como si fuera una pensión, era el rey de la cuadra, sus ojos bondadosos motivaba siempre la caricia de los vecinos del lugar, a los que se entregaba dócil y placido.
Gris y blanco de pelaje, ojos verdes de tenue oliva, respondía al tintineo del llavero en cualquier ocasión, regalándonos esas cotidianas bienvenidas al terminar nuestras faenas, conociendo también el coche y el ruido de su motor.
Obstinado compañero de paseos por el barrio, siguiéndonos siempre atrás, casi desconociendo su felina condición, recuerdo esas siestas mutuas en el sofá, yo rascando su barbilla y ambos inducidos por esa dulce anestesia de los estupendos documentales de la 2.
Y aquella semana fatídica de su desaparición concluida en una mañana por su tímido maullido que nos despertó, enigma no desvelado que perdura hasta el día de hoy.
Sus peleas, rasguños en la cara, ese rengueo inquietante y alguna que otra internación, manchas del historial de este Peter Pan felino que la vida a veces nos alteró.
Su aguda intuición gatuna siempre ganaba la partida en esa hora que el estomago llama a la acción. Por mas sigilo previo y extrema prudencia al abrir cualquier lata de sardina o atún, nunca podía engañarlo siempre adivinaba mi intención.
Era implacable lo detectaba siempre con antelación, saltando presuroso del sofá sin darme tiempo de quitar de la lata el aceite que lleva en el interior.
Compañero inexorable en la cocina a mis espaldas, impertérrito esperando siempre su recompensa hasta que recibía su ración, ayudante culinario interesado en cualquier ruido u olor.
Agradecido compañero de viaje, en ocasiones demostrando su cariño al entrar por la ventana algún pajarito o un pequeño ratón, obsequios esporádicos que inquietos recibíamos entre nervios e incrédulas risas.
Aun lo recordamos con cariño, como a todas sus lecciones felinas con ese apego desmedido que contrariaba su idiosincrasia o su condición, en este escenario de bípedos mezquinos de intereses y ambición.
Su eterno espíritu jugueton que siempre abandonar le costo, su espacio a los pies de la cama, y esos dolores de cabeza que también nos dio, sus correrías nocturnas y su alma de comensal siempre dispuesto en la mesa del comedor.
Le dejo hoy este homenaje, por todas las alegrías y la compañía que nos brindo, mejor que la de algunos humanos que estos huesos ya un poco gastados alguna vez conoció.

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